Ya a principios del siglo XX se veía cómo expertos en comunicación dejaban el papel de persuasores para ayudar al buen entendimiento de la sociedad, sobre todo con las empresas. Personajes como Ivy Lee o Eduard Bernays fomentaron este enfoque social ayudando a establecer relaciones de interés recíproco, promoviendo las relaciones mutuamente beneficiosas entre la sociedad y la empresa. Así, sin darnos cuenta, se comienza a perfilar la RSC.
Le definición que hace la Comisión Europea es la siguiente: “La RSC se entiende como la integración voluntaria, por parte de las empresas, de las preocupaciones sociales y medioambientales en sus operaciones comerciales y sus relaciones con sus interlocutores.”
Ética, confianza y transparencia son las bases que debería tener cualquier enditad con la sociedad. Hace ya 46 años fue aprobado el Código Atenas por la CERP (primera asociación europea de relaciones públicas), presidida por Lucien Matrat en Grecia. Este código establece las bases éticas que deberán establecerse entre las relaciones públicas y sus públicos. Otro ejemplo de cómo la historia ha ido asentando las bases para la creación de la RSC.
Hoy día la responsabilidad social es un elemento constitutivo fundamental de la cultura corporativa o empresarial, ya no sólo se trata de “cumplir” con la empresa o alcanzar los objetivos de marketing.
A raíz de esta nueva forma de relacionarse, además de la RSC, han surgido otras como son, la responsabilidad social con el ciudadano (RSCI), inversión socialmente responsable (ISR), responsabilidad social individual (RSI). Todas en beneficio del entorno y las personas.
En resumen, ser socialmente responsable es un compromiso que se adquiere con la sociedad, el planteamiento de unos objetivos éticos, la preocupación por el medio ambiente y, al fin y al cabo, una actitud.